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COMO
EN UNA TELA DE ARAÑA |
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En
el momento del despegue cerró los
ojos y fingió dormir. No quería
que le molestasen hasta la mañana
siguiente a la hora del desayuno antes
de llegar a Zurich y, cuando se le acercó
la azafata, con un ligero gesto de su
mano intentó decirle que estaba
cansado y que pensaba dormir toda la noche. |
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El
avión salió de Nairobi con
casi dos horas de retraso aunque el comandante
aclaró a través del interfono
que ello no afectaría la hora de
su llegada a Zurich, escala obligada para
cambiar de avión en dirección
a Ginebra, en donde debería esperar
a que subieran los demás pasajeros
con destino a Barcelona. Calculaba llegar
a su casa alrededor de las once de la
mañana. Le quedaban aún
algunas horas antes de enfrentarse a la
historia de su pasado y empezaba a sentir
el miedo de encontrarse desplazado. |
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Ni
sabía el tiempo exacto que había
estado lejos de su casa. Hacía
casi dos años que se había
dejado arrastrar por su complejo aventurero
y sólo recordaba con cierta nitidez
algunos episodios sueltos de aquella aventura
personal. Sobre todo el principio, antes
de que, por distintas causas, se dejara
arrastrar por sucesivos estados anímicos
y se viera sumergido en la indolencia
y la dejadez al darse cuenta de la poca
consistencia de sus bases. Se había
estado engañando toda su vida dejándose
llevar por impulsos, viviendo entre sueños,
jugando a la aventura y se vio obligado
a aprender cuando ya casi no le quedaban
fuerzas. No podía sentirse demasiado
orgulloso del balance. |
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Le
adjudicaba poco valor a ese balance si
exceptuaba algunos encuentros habidos
con personas realmente interesantes, pero,
el conjunto, le parecía más
bien pobre. Lo resumía en una sucesión
de cambios sin objetivos concretos buscando
el goce inmediato mientras intentaba satisfacer
la independencia de su ego aunque sin
profundizar, jamás, en las verdaderas
intenciones. Hacía bonito cambiar
de un despacho a un plató; de la
máquina de escribir a la artesanía
maderera; de Barcelona a Río de
Janeiro; pero, si no se sabe muy bien
el por qué uno se involucra en
un nuevo movimiento acaba tan insatisfecho
como se encontraba antes, aunque más
mareado. Y Roberto sabía muy bien
que los cambios en su vida había
sido él mismo quien los había
provocado y, por tanto, único responsable
del resultado de sus actos. |
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Había
llegado al punto del «non
retour» en donde no existen
ideas, nada nuevo se encuentra y el poco
bagaje conseguido resulta insuficiente
para seguir con dignidad un camino hacia
adelante. Era consciente de que se había
dejado arrastrar a un callejón
sin salida a pesar de que, en la opinión
de muchos, parecía estar llamado
a grandes empresas. |
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Empezó
a introducirse en aquel callejón
mucho antes de que él se diera
cuenta, desde muy joven, con su excesivo
interés por las leyendas y el mundo
de las epopeyas. Había magnificado
personajes y situaciones de ensueño
y había llegado a creerse que su
vida pertenecía a aquella esfera.
En alguna ocasión sacó buen
provecho de su forma de ser. Le permitió
conocer varios países, introducirse
en muchos medios distintos, vivir reveses
de fortuna y, todo ello, según
él, cimentaba su conocimiento y
aumentaba sus posibilidades cara al futuro.
Pero su realidad actual era más
bien triste. |
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Con
más de cincuenta años se
encontraba cansado de casi todo, principalmente
de sí mismo, y había perdido
tanto tiempo que ahora tendría
que olvidarse definitivamente de la palabra
lamento. Podía reconocer sus errores
aunque no lamentar el haberlos vivido,
por mucho que doliera comprobarlo. Se
mirara por donde se mirara, él
no se encontraba ningún valor y,
aunque no valieran las lamentaciones existía
el dolor y tendría que aprender
a vivir con él. |
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Al
salir de Barcelona jamás se hubiera
imaginado aquel camino de regreso. Cuando
decidió partir lo hizo porque se
aburría con su trabajo y pensó
encontrar la piedra filosofal, su Santo
Grial, si ponía tierra por medio.
Antes de irse vivía de escribir
algún artículo, de algún
doblaje o vendiendo algo de artesanía
que él mismo confeccionaba, aunque
todo ello sin continuidad y creyendo que
acabaría encontrando algo mejor,
que habría algún giro en
su vida, y Aitana, qué estará
haciendo ella ahora, que decía,
como siempre, que lo que él quisiera,
que ella seguiría allí cuando
él volviera, no se interpuso en
su decisión. |
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Su
primer destino había sido Grecia.
Se fue con la idea de escribir unos artículos
y, para cuando decidiera volver, seguro
que habría encontrado su verdadera
orientación. ¡Imbécil!
Empleó cuatro meses para recorrer
el país de extremo a extremo y,
pasado ese tiempo, en pleno calor del
mes de julio, se trasladó a la
isla de Creta. Vivió días
espléndidos, visitó ruinas
y se bañó en el Egeo; se
puso muy moreno y consiguió algún
dinero vendiendo sus artículos;
aprovechó bien el tiempo para releer
los clásicos y fue conociendo gente
pero, con el paso de las semanas y a pesar
de encontrarse muy a gusto entre los griegos,
no encontraba lo que buscaba. Y estaba
decidido a volver cuando apareció
Oscar. |
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Oscar
era un español que rondaba la treintena.
Trabajaba como traductor en las Naciones
Unidas en su sede de Nairobi, y se encontraba
con un grave problema mientras pasaba
sus vacaciones en la isla griega. Era
muy simpático y buen conversador,
pero desde hacía cierto tiempo
una sola idea rondaba en su cabeza: reunirse
con su novia, una negrita monísima
que vivía en algún lugar
de Goma, en el Zaire. Se habían
conocido el año anterior en Nairobi
mientras ella aprovechaba un visado de
entrada al país para seguir un
cursillo de peluquería especializada.
Las relaciones entre los dos países
vecinos no son demasiado brillantes, al
contrario, ya que la cuestión del
turismo provoca numerosos conflictos entre
los dos gobiernos, pero Nairobi, para
la gran mayoría de los africanos,
representa el equivalente al Nueva York
de los occidentales y todos sus vecinos
quieren llegar allí. Los visados
de residencia, imprescindibles y raros
para los zaireños, tienen unos
plazos que deben respetarse. |
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Cuando
finiquitó el permiso de residencia
de Chantra fue obligada a partir inmediatamente,
y fue muy poco después de su marcha
que Oscar se encontró con el problema. |
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El
desnivel de vida acostumbra a provocar
delitos en todas partes y Nairobi no es
una excepción. Aprovechando un
descuido de Oscar unos pillos le robaron
la cartera que dejó olvidada en
su coche antiguo a punto de jubilación
y si llegó a darse cuenta fue porque
los vio correr calle abajo con ella en
la mano sin darle posibilidad alguna de
recuperación. Le importó
poco la pérdida del dinero, él
ganaba mucho más, pero sí
el que se hubieran llevado las direcciones
que guardaba en el interior, entre ellas
la más importante, la de Chantra.
Fue lo único grave del robo (su
documentación la llevaba siempre
encima en un bolsillo disimulado), pero
con la cartera había perdido también
la posibilidad de comunicarse con Chantra,
ya que ella, desde Goma, tampoco podía
ponerse en contacto con él. Este
era su auténtico problema: que
no encontraba la forma de comunicarse
con ella. |
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Mientras
estaba en la isla, Oscar estudiaba la
fórmula para lograr reunirse con
Chantra. Viajar de Nairobi a Goma resulta
difícil si no se cuenta con un
buen coche de propiedad, preparado para
cualquier tipo de terreno, y aquél
no era su caso. Había intentado
alquilar uno, pero los convenios entre
los dos países, a raíz del
problema político relacionado con
el turismo, no se lo permitían.
Estaba dispuesto a probarlo yendo hasta
Bujumbura, la capital del Burundi, y alquilarlo
allí, aunque le quedara el temor
de llegar a Goma y no poder encontrarla.
Peleaba con sus dudas cuando se conocieron
y, para que le ayudara a decidirse, hablaron
de todo ello. Roberto se interesó
tanto por la raíz del problema
que Oscar le ofreció pagar los
gastos del viaje si le ayudaba a encontrarla. |
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Roberto
creyó haber dado con lo que andaba
buscando. Un continente que no conocía
y la posibilidad de vivir una aventura
por una causa digna. Era un premio a su
propia constancia, se dijo. |
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De
Grecia se desplazó a Nairobi a
finales de septiembre en compañía
de su nuevo amigo pero, ya en suelo kenyano,
la situación se complicó
un poco más. Oscar se vio obligado
a cumplir un contrato de algunos meses
antes de poder volver a viajar, debido
a una cláusula del precedente que
le obligaba a ello. No sería demasiado
grave si aprovechaban ese tiempo para
preparar todo lo que iban a necesitar. |
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Comenzaron
por visitar los consulados de Burundi
y el Zaire para obtener los visados de
entrada, estudiaron los posibles itinerarios
e hicieron un estudio económico
del coste de cada uno para decidir el
medio a emplear. Durante ese tiempo Roberto
pudo conseguir un dinero extra trabajando
como dactilógrafo español,
durante una conferencia en la sede de
las Naciones Unidas. |
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Al
principio, Roberto no escribió
a su casa porque no sabía qué
decirles. Ignoraba el tiempo que él
y su nuevo amigo emplearían para
localizar a Chantra, pero esperaba ponerse
en contacto con Aitana tan pronto se despejara
el panorama y supiera algo concreto. A
lo sumo, creía, su ausencia se
prolongaría unos cinco meses más
como máximo, incluyendo el tiempo
del contrato que Oscar tenía que
respetar. Pero sus intenciones se vieron
modificadas por un acontecimiento mucho
más grave que un contrato, y que,
durante algunos meses, constituiría
el centro de la atención mundial. |
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En
Rwanda estalló el conflicto interétnico
entre tutsis y hutus, y su amigo empezó
a temer por la consecuencias que pudieran
derivarse del mismo. Chantra vivía
en Goma, localidad de veraneo del Presidente
Mobutu, que aunque se encontrara en territorio
del Zaire estaba situada a pocos kilómetros
de la frontera con Rwanda, y, según
duraran o según fuera la gravedad
de los disturbios, los problemas para
llegar hasta allí podían
acentuarse. |
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La
agravación del conflicto coincidió
con la finalización del contrato,
y las posibilidades de viajar por su cuenta
se pusieron tan difíciles que tuvieron
que recurrir a otras personas para poder
lograr su objetivo. Intentaron conseguir
permisos especiales y, a través
de gente conocida, entraron en contacto
con la Cruz Roja y con organizaciones
no gubernamentales que operaban en el
sector. Consiguieron enrolarse en un equipo,
como voluntarios, que puso a su disposición
todos los permisos que necesitaron para
poder llegar a Goma. |
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No
les importaba el tiempo transcurrido cuando
se vieron en el avión que les llevaba
a Bujumbura, punto obligado del itinerario.
Al descender del avión, pasaron
sin problemas los controles de aduana
y permanecieron dos días en la
capital antes de entrar en el Zaire y
dirigirse, en coche, a Bukavu. |
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Ya
en Kenya se había sentido mal en
relación con los nativos, y no
porque fuera racista, al contrario. Su
mal provenía de un complejo de
culpabilidad que no podía disimular
ante la gente local. Se daba cuenta de
cómo vivían los negros en
su propio país mientras los blancos
que trabajaban en las Naciones Unidas
ganaban por día lo equivalente
a casi un año de los sueldos del
país. Tanta diferencia constituía
en sí mismo un grave problema,
y lo creyó mucho más después
de conocer de cerca algunos kenyanos y
convivir con ellos. Pero en Bujumbura
le invadió una sensación
de tristeza aún superior. El calor
era tan sofocante que costaba hasta respirar
y, después de unas horas de permanencia
en su suelo, sólo se pensaba en
escapar de allí. Sus habitantes
debían sentir lo mismo que experimentaban
al poco tiempo de su llegada Roberto y
Oscar. Se hacía insoportable aguantar
aquel calor si, además, se vivía
con el miedo que atenazaba a la población,
compuesta, como en Rwanda, de tutsis y
hutus. El conflicto podía, fácilmente,
extenderse hasta allí. |
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Enseguida
les fue fácil distinguir a los
tutsis de los hutus. Chantra pertenecía
a los primeros y le había hablado
ya a Oscar de las características
físicas que diferencian a los componentes
de esas dos tribus, y también sabían
que los problemas entre ambas se arrastraban
desde muchos años antes y que se
fueron agravando con la ayuda del hombre
blanco que imponía sus decisiones
según sus propias necesidades,
favoreciendo más a unos que a otros
a la hora de constituir los gobiernos
que se sucedían, de acuerdo con
sus propios intereses del momento. La
interferencia blanca en asuntos internos
negros resultaba decisiva para entender
correctamente el problema que, una vez
creado, creció rápidamente
con los odios acumulados. Pero en Bujumbura,
de momento al menos, no aparecía
la gravedad a primera vista. Lo que sí
aparecía era el desconcierto, la
miseria, el miedo y la necesidad de salir
de todo aquello. Eso fue lo más
importante que retuvo Roberto de su tránsito
por el Burundi. |
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Salieron
de Bujumbura, en dirección al Zaire,
en un todo terreno Mitsubishi, formando
equipo con otros dos vehículos
y un total de quince miembros. Los tres
coches deberían quedarse en Bukavu
con todo el personal, a excepción
de cuatro personas, de las que ellos dos
formaban parte, que seguirían hasta
Goma atravesando el lago Kivu en una embarcación. |
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Para
llegar a Bukavu tardaron más de
siete horas ya que, a causa del conflicto,
se había cerrado la carretera principal,
la misma que conducía a la frontera
con Rwanda y, al cerrarse a la circulación
de uno a otro país, se vieron obligados
a transitar por carreteras adyacentes
que más parecían caminos
de carro rodeando la montaña. Al
llegar a Bukavu constataron la dimensión
del problema que se estaba viviendo en
el Africa central. Se trataba de un problema
mucho más grave de lo que aparentaba,
y se manifestaba externamente a través
de filas interminables de gente que ocupaban
cualquier camino con la única pretensión
de sobrevivir. |
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Durmieron
en Bukavu una sola noche y al día
siguiente embarcaron, en compañía
de dos franceses, Elisabeth y Gerard,
dirección a Goma. Los dos eran
médicos y estaban dentro de la
treintena. Trabajaban siempre juntos y
sobre el terreno prácticamente
desde que salieron de la universidad.
Se habían iniciado trabajando en
un hospital, pero antes de finalizar el
primer año establecieron los contactos
que les llevaría a Etiopía.
Desde entonces, su área de actividad
la situaban en todos los países
del África en que pudieran necesitarlos.
Habían estado en Somalia y ahora
se dirigían a Rwanda. Eran auténticos
vocacionales. Sabían que en Goma
les esperaba mucho trabajo pero no se
asustaban. Les dolía más
tener que tragarse las palabras cuando
se encontraban ante según qué
políticos para pedirles ayuda.
Siempre se les contestaba con bonitas
frases pero nunca se veían resultados.
Se habían acostumbrado tanto a
la miseria que, para ellos dos, representaba
el estado natural del hombre, y se sentían
más ligados al África y
a sus gentes que a su propio país.
Ellos culpaban a las grandes potencias,
y más particularmente a los Gobiernos
francés y belga, de la tragedia
que vivía aquella parte del mundo.
A ellos y a los negociantes en armamento,
porque, estaban seguros de ello, sin esos
dos actores el drama no hubiera llegado
a ser tan profundo. |
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Al
atravesar el lago Kivu, inmenso y maravilloso,
esto sí lo recordaba claramente
Roberto, ya sabían, los cuatro,
que se separarían al llegar a Goma.
Cada uno respetaba y entendía las
necesidades de los otros y dejaba que
cada quien actuara a su libre albedrío.
De todos modos, los médicos estaban
dispuestos a ayudarles en caso de necesidad,
aunque no llegaran a ejercer de voluntarios. |
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A
la llegada al puerto les esperaba un equipo
que, antes de dirigirse a su campamento,
acompañó a Roberto y su
amigo a un hotel que les habían
reservado en la ciudad. Al despedirse,
en el aire se quedó flotando un
hasta siempre. |
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Ya
en el hotel, todo el suspense en relación
al deseado encuentro entre Chantra y Oscar
se disipó en unos minutos. A la
primera persona que se encontraron, una
sirvienta del establecimiento, le pidieron,
por tantear el terreno, si podría
ayudarles a encontrar una chica, y cuando
Oscar dijo su nombre, el largo problema
encontró la solución. Chantra
era prima suya, vivía a una manzana
del hotel y, por el momento, se encontraba
perfectamente. Dejaron sus equipajes en
la habitación y solicitaron permiso
al que aparentaba ser el propietario para
que su empleada les acompañara
a su encuentro. |
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Entre
la tristeza que acudía a Goma diariamente
desde la nación vecina y las explosiones
de alegría de Chantra cuando se
encontró entre los brazos de Oscar,
había tanta distancia como la que
pueda existir entre el limpiabotas del
Hilton y el dueño de la cadena
de hoteles. En la entrada de aquella casa
parecía que estuvieran viviendo
"los mejores años de nuestra
vida", como decía un film
que Roberto recordaba y, a los cinco minutos,
aparecía el padre de Chantra invitando
a todo el mundo a pasar al interior. Se
vivió una velada sencilla, de comunicación
auténtica, captándose rápidamente
las intenciones con que se decían
las cosas, contentos de estar reunidos
y haciendo planes para el futuro desde
el primer instante, con la aquiescencia
del padre de Chantra que resultó
ser todo un señor. Era una de las
personalidades de la ciudad, equivalente
en puesto al primer teniente de alcalde
de cualquier población europea,
con una peculiaridad muy rara en el sector:
era un auténtico benefactor para
el necesitado. |
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Roberto
también pudo darse cuenta de ello
durante todo el tiempo que transcurrió
desde su llegada, un lunes por la noche,
hasta el martes de la siguiente semana,
en que, gracias al padre de Chantra, consiguieron
billete para Bujumbura a bordo de una
avioneta de diez plazas contando el piloto,
y de las que ellos ocuparían tres.
Pero la semana larga que se quedaron en
Goma resultó demasiado densa para
Roberto y, allí, se incubó
su posterior transformación. Aquella
semana coincidió con la expansión
de la tragedia que se encontraban en plena
cara a cada paso que daban, y tuvieron
que dar muchos para conseguir los billetes
y para falsear «oficialmente»
la documentación de Chantra y obtener
así su visado de entrada en Burundi
y Kenya. Se obtuvo con la ayuda de los
responsables de algunas asociaciones no
gubernamentales. |
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Convencer
al padre de Chantra costó mucho
menos. Rápidamente entendió
la urgencia de los jóvenes y, además,
se mostró agradecido por poder
apartar a su hija de la proximidad de
la tragedia. Para Roberto, el encuentro
con el padre de Chantra representó
uno de los más importantes que
había tenido a lo largo de su vida. |
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Esta
segunda vez, en Bujumbura permanecieron
tan solo unas horas: el tiempo que tuvieron
que esperar la salida del avión
que les haría regresar a Nairobi.
En el aeropuerto burundés la suerte
se alió con ellos, y embarcaron
junto a una delegación de las Naciones
Unidas que regresaba a la Sede para mostrar
sus informes. Gracias a sus responsables,
en suelo kenyano se evitaron el trámite
aduanero al incluirles en su nómina. |
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Al
pisar la casa de Oscar, situada en Kiambu,
a pocos kilómetros de Nairobi y
en medio de un cafetal, Roberto creyó
que estaba llegando al fin de su viaje. |
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Fue
la acumulación de pequeñas
cosas lo que cambió a Roberto.
En Nairobi se pusieron en contacto con
el consulado de España para lograr
convertir a Oscar y Chantra en matrimonio
y así obtener para ella el visado
de entrada a la que debía ser su
casa en Madrid. Pero el celo de los funcionarios
se convierte en recelo con demasiada facilidad,
sobre todo si el que pide es un pobre
negro tutsi y procede de una zona con
problemas. Oscar acabó consiguiéndolo,
al cabo de bastante tiempo y ayudado por
su profesión y las buenas relaciones
de su familia, pero en aquellos días,
sin un respaldo muy seguro, resultaba
casi imposible obtenerlo para alguien
como Chantra y, así y todo, los
permisos no garantizaban su renovación.
Esta dependía de muchas otras cosas,
como podían ser los análisis
clínicos, la situación económica,
la duración del matrimonio o diferentes
etcéteras. Roberto, ante tanta
tontería administrativa, se preguntó
demasiado a menudo qué significaban
las palabras ayuda, cooperación,
colaboración, interés; y
cada vez veía más lejano
el momento en que los políticos
llevaran a la práctica la adopción
de auténticas medidas de protección
a los necesitados, y no sólo en
el consulado español, no, eso podía
representar la gota en su caso particular,
pero lo fue comprobando por donde pasaba. |
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Por
donde más pasó, fue por
la sede africana de las Naciones Unidas.
Quiso quedarse en Nairobi hasta que sus
amigos no hubieran logrado su objetivo,
es decir, el embarque de Chantra en un
avión con destino a Madrid, creyendo
que aquello sería cuestión
de días. Pero al prolongarse la
espera, ante la necesidad de la alimentación
propia, aceptó otro contrato como
dactilógrafo en las Naciones Unidas.
Fue a partir de este segundo contrato
que todo él se desmoronó.
Entró en un estado depresivo que
le impedía razonar positivamente,
veía sólo el lado negativo
de las cosas, y se acercaba, cada vez
más peligrosamente, a un estado
contemplativo en el que desaparece la
participación. |
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Roberto
trabajaba tecleando ante una pantalla
de ordenador las versiones oficiales sobre
el drama que atravesaba el centro de África
y sin que nadie le preguntara su opinión,
cosa muy lógica, pero él
también tenía sus opiniones
y creía en algunas posibles soluciones.
El conflicto se agravó aún
más durante el tiempo que él
escribía los textos en español,
y fue dándose cuenta demasiado
deprisa que una cosa son las palabras
empleadas para entretener a la opinión
pública, y otra cosa es trabajar
para encontrar soluciones satisfactorias
para los más necesitados. |
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La
actitud de las grandes potencias le desesperaba.
Se adoptaban siempre pequeñas soluciones
que no servían de nada o de bien
poco para aquellos que verdaderamente
sufrían los acontecimientos. Y
se dio cuenta de que se estaba ganando
la vida a costa del sufrimiento ajeno.
Sus compañeros de trabajo querían
demostrarle que se equivocaba, que, además,
no podría cambiar nada, y que,
a fin de cuentas, él nada tenía
que ver con todo aquello; que trabajara,
cobrara y que le bastara. Pero Roberto
era un cabezón, y cuando se quedó
sólo, ¡ni supo cuánto
tiempo había pasado antes de que
Oscar y Chantra volaran hacia Madrid!,
se fue encerrando cada día un poco
más en su interior mientras veía
a los negros de Nairobi cómo pedían
dinero a los turistas blancos y seguía
viendo por la televisión las entradas
masivas a Goma y Bukavu de gente con el
cartel de la muerte dibujado en sus caras. |
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Roberto
se sintió tan pequeño ante
el problema, que empezó a sentir
el miedo de la vuelta a casa. |
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Empezó
a darse cuenta de su propia ingenuidad
y de que Aitana era lo único sólido
de su vida y, también, de que su
hijo Robín debía de estar
maldiciéndolo. Se daba cuenta de
que había pasado mucho tiempo desde
que, con la sonrisa en la boca, se alejaba
de su casa para intentar encontrar la
chispa que le faltaba, sin haber tenido
en cuenta la labor cotidiana de Aitana;
ni su fuerza y su coraje; su visión
clara de las cosas, o su entera dedicación
a los suyos; ni haber sabido comprender
que su propio sentido de la libertad era
Aitana quien se lo proporcionaba. |
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Y
perdido por las calles de Nairobi, alternando
períodos de trabajo y descanso,
se fue dejando conducir al «mal
del país» sin buscar ni el
más mínimo remedio. Se peleó
rápidamente con la mayoría
de compañeros blancos de su trabajo;
se adornó de impertinencias que
desprendía en cualquier sitio y
a la menor ocasión; se encolerizaba
cuando creía asistir a una injusticia
y, día a día, se encontraba
más solo aunque intentara ser auténtico
en cada una de sus expresiones. Le parecía
que, después de lo que había
vivido los últimos meses, no podía
permitirse la vaguedad. Sus cimientos
se encontraban removidos y deseaba encontrar
materiales auténticos para remozarlos.
Y fue dejando pasar los días hasta
que surgió, de su propio interior,
otra propuesta nueva a la que se dedicó. |
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Los
últimos meses de su estancia en
Nairobi, había dejado Kiambu al
mismo tiempo que sus amigos, los pasó
en el «Hotel Six Eighty»,
en una habitación con espacio suficiente
para dedicarse a escribir un libro. Siguió
alternando el trabajo con el reposo mientras
intentaba explicar en palabras su visión
del conflicto; las causas que lo habían
originado y las posibles soluciones que
podían ponerse en práctica
y sirviéndose para ello de una
historia de amor, inspirada en la realidad
de Oscar y Chantra. Trabajó seriamente
y bien documentado y cuando acabó
el libro ya se había calmado, aparentemente,
la situación, aunque él
siguiera convencido de que el problema
no tardaría demasiado en volver
a explotar. No podría evitarse
si él no se equivocaba. Esperaba
publicar el libro y que llegara a leerlo
algún buen político, o alguien
que pudiera, y quisiera, ayudar. |
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Cuando
lo tuvo acabado escribió una postal
a Aitana. Quería decirle lo mucho
que la encontraba a faltar; que la quería
más que a nada en el mundo; que
sabía lo mal que se había
comportado durante tantos años;
que quería verla y hacer el amor
con ella, pero se contuvo porque no tenía
ningún derecho a recordarle nada.
Se presentaría en su casa y que
ella decidiera lo que quería hacer.
Ya empezaba a ser hora de que actuara
como un hombre y no como un niño.
Y le escribió «Vengo»
porque la necesidad que sentía
de verla le obligó a prevenirle
de su llegada. Salió a echar la
postal al correo y continuó andando
hasta la agencia de viajes cercana al
hotel. Quería coger el primer vuelo
que hubiera a disposición. |
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Y
ahora que se aproximaba a su casa, le
invadía el terror de verse rechazado. |
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