- ¡Hola! Bienvenido a mi "Caverna". Ponte cómodo y sírvete lo que quieras, tienes para escoger.
 
 
 
 
(Así fue el recibimiento, mientras Aretha Franklin, en aquel preciso momento, desgranaba sus cuerdas vocales pidiendo "Respect".) El "casi grito" cantado le hizo gracia al recién llegado, sin sentirse, por ello, para nada aludido. Tampoco le sorprendió que la voz de bienvenida le llegara desde el fondo del local con la claridad de querer permanecer en su sitio. Se dejó guiar por su propio movimiento y se encontró al lado de un contenedor de cervezas envueltas en hielo. No se resistió: alargó la mano y al contacto con el frescor de la botella se irguió todo su cuerpo. Antes de abrir la botella, su garganta se inundó de gusto a cebada. ¡Disfrutó como un niño de aquel primer trago!
 
 
 
 
Manolo García, convertido en "el último de la fila", dejaba oír su voz sintiéndose "en los árboles" mientras el visitante, con la caricia fresca en el cuerpo, iba empapándose del interior de la "Caverna". Vio al viejo marinero dentro de su chilaba impregnada de los destellos de una bombilla que pendía más alto que la cabeza bañada de blanco del hombre que la vestía. Dejó la botella en una mesa y sus ojos se detuvieron en una estantería. Había muchos gruesos cuadernos en ella, pero él sólo tuvo manos para abarcar un título. En la portada, escrito a mano en trazo grueso, se leía: De amores...
 
 
 
 
Se sentó bajo el cielo de otra bombilla, vació un poco más la botella y tocó el grueso libro envejecido. Su interior se abrió al azar de unas nuevas manos que parecían querer convertirse en cómplices de lo escrito. Sus ojos entraban en un palacio. Los recibía: "El Rey del bolero". Leyó: