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"Ya
no estás más a mi lado,
corazón. En el alma, sólo
tengo soledad y, si ya no puedo verte,
qué razón me hizo quererte,
para hacerme sufrir más."
Este estribillo se repite una y mil veces
dentro de mí. El bolero se me agarra
al cuello y se escapa poco a poco de mi
boca a través de una voz ronca
por los excesos del alcohol y el tabaco.
Lo canto alargando tanto las vocales que
casi se caen antes de acabar la estrofa.
Me río de mí mismo imaginándome
el suelo lleno de letras. La que más
abunda es la A, seguida de la E, alguna
I y la O que se escapa de corazón.
Lado, se convierte en laaaaado y suena
tan desafinado, que antes de acabar la
palabra ya se han escapado tres A que
rebotan en el suelo. Me arrastro a buscar
las letras para recomponer la canción
y, entre mancha y colilla, siempre me
encuentro varias. De vez en cuando me
veo obligado a recomponer alguna letra
que se ha estropeado al caer. |
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Y
me pongo melodramáticamente romántico,
sintiéndome angelito negro, como
Nat King Cole cantando en español
a la mujer que puede con Dios hablar,
y voy hundiéndome entre la ansiedad
y la venta de ojos negros que me han pagado
mal; y me acuerdo de Manzanero cantando
que somos novios, y me acuerdo de lo que
llegaban a gustarte los boleros. ¡Es
la mejor música para bailar! decías
mientras tarareabas alguno. Te los sabías
todos y conseguiste que me los aprendiera
yo también. ¡Qué caliente
me ponías cuando cantabas cachito,
cachito mío! y cambiabas la intención
al llegar al pedazo de cielo que Dios
nos dio. Era tuyo, decías, y yo
añadía que sí. Pero
el bolero es triste, lleva renuncias incorporadas,
esperas prolongadas, y casi siempre canta
a personas traicionadas por el amor, su
amor. Pero es cierto el bolero, es auténtico,
y también es verdad que yo, que
te quise tanto, quiero que seas feliz,
tres veces feliz, como dice la canción.
Y sigo bebiendo y no puedo olvidar. ¿Debo
hacerlo? |
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Daré
tres botellas de vino al que me escriba
una canción que no me recuerde
a tí. Voy a poner un anuncio en
los periódicos buscando letrista
y compositor que sepa hacerme una canción
nueva, tan nueva que consiga borrarme
tu imagen, que no te reflejes en ella.
Porque no puedo seguir cantando la misma
canción de amor desesperado, no
quiero creer que eres la Diosa que imaginé,
no puedo seguir encontrándote en
todas partes porque me hace daño,
me da pena y acabo siempre por llorar. |
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El recién convertido en lector
cavernícola acababa de leer el
primer capítulo del libro "Camino
de fuga y sigue". Un camino que,
pensó él, quizás
hubiera sido recorrido por el propio Ulises
Valiente, que había prologado su
libro con el comienzo de un poema de Claudio
Rodríguez, perteneciente a su "Don
de la Ebriedad": Largo se le hace
el día a quien no ama, y él
lo sabe... |
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Antes
de seguir leyendo quiso, aprovechándose
de la distancia existente entre las mesas,
mirar con más detenimiento al autor
de aquellas líneas. No pudo conseguirlo,
ya que su intención coincidía
con el momento de la desaparición
del viejo Ulises por una puerta situada
al fondo del local. Se conformó
con mirar la sombra que la luz, al toparse
con el movimiento, iba depositando por
el espacio, recuperó la botella
ya algo menos fría y satisfizo
a su garganta. Después, se encendió
un cigarrillo y, sin moverse del sitio,
paseó sus ojos por todo el local. |
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